Ser capaz de estar frente a Dios con todo lo que nos habita interiormente y tener la valentía de ofrecerle todo lo que hay, es lo decisivo. No existe nada en nuestro interior que sea rechazado por el Padre que es misericordia. Aceptarlo y admitirlo ante uno mismo es el comienzo para vivir en libertad interior y en la libertad de los hijos de Dios. No hay nada que podamos hacer para que Dios nos ame menos. ¡Entendámoslo de una vez por todas! Dios no tiene amor o misericordia. Él ES amor, ES misericordia.