Los tropiezos y las caídas son parte de nuestra vida. Pretender no equivocarse o no cometer errores es un signo de inmadurez. El adulto no solamente sabe que los desaciertos son parte del aprender a discernir y a elegir, sino que además sabe que equivocándose es como se aprende. En ocasiones, no son nuestras equivocaciones las que nos estancan y nos tienen como “tirados” en el suelo sin poder levantarnos, sino la falta de confianza en Dios y la pérdida de estima y valor hacia nosotros mismos. Tenemos tanto miedo a fracasar y a elegir mal que seguimos en la misma posición de siempre. Jesús invitó a Leví a tomar un riesgo y le dijo “Sígueme”. La fuerza de la palabra del Maestro logró arrancarle fe y confianza de su interior. A nosotros, a veces, nuestras cavilaciones nos tienen atrapados en pensamientos negativos que no dan lugar a la confianza en Jesús y en nosotros mismos.
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