Jesús no nos «dora la píldora» cuando nos transmite su mensaje. No pretende dulcificar, disimular o suavizar la lucha a la que nos enfrentamos, si queremos ser discípulos suyos. La vida espiritual es una lucha y no la búsqueda de la «paz» de los cementerios. Todos somos invitados, no obligados, a vivir el estilo de vida de Jesús, y ello significa tomar decisiones que nos enfrentarán sobre todo con nosotros mismos, con nuestro propio ego. Será una lucha que necesitamos aprender a sostener hasta la muerte. La codicia, el poder y el ansia de renombre están en nosotros como la cizaña junto al trigo. Conviven en nuestro interior y sino fuera, porque los frutos son tan variados sería muy difícil distinguirlos. Jesús nos anuncia que la lucha en el corazón será siempre para que Dios reine en él.
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