El amor que recibimos es la fuente de la que emana el amor que damos a los demás. Para amar a otros primero tenemos que sentirnos amados. Es así como aprendemos a dar amor. Cuando el amor que recibimos nos brinda contención y seguridad tenemos valor para salir de nosotros mismos y amar a los demás. Por el contrario, si el amor que hemos recibido no nos brindó contención y seguridad interior, vivimos buscando que alguien nos quiera para sentirnos seguros. El amor que recibimos nos hace sentir aceptados y queridos, y esto nos dispone a amar a los demás. El mayor logro del ser humano es aprender a amar. El amor que debemos desarrollar y potenciar en nosotros es el que recibimos de Dios. El amor que Dios nos ha regalado crece y madura ofreciéndolo a los demás. En esto radica la felicidad, en aprender a amar. «Tú eres mi hijo amado».
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