Querido Niño Dios: hasta ti hemos llegado. Siguiendo una intuición y también basados en nuestra ciencia. Todo indicaba que nacerías: nuestros cálculos, los astros, todas las profecías que hablaban sobre ti.
Más allá de las variables que considerábamos, lo que más nos movía era ese “algo” interno: la certeza de que te encontraríamos. Fue tan fuerte que hizo que salgamos de la comodidad de nuestros palacios para emprender aquel viaje que, ahora, viéndolo de lejos en el tiempo, ha sido un aprendizaje de vida.
Hemos recorrido un largo, hermoso y, por momentos, duro camino para estar ante ti.
Esperábamos cosas distintas cuando imaginábamos el momento de estar en tu presencia. Por ejemplo, imaginábamos que te hallaríamos en un palacio. En uno de esos con muchas habitaciones y en uno de ellos a tu madre siendo asistida en el momento del parto. No recuerdo quién de nosotros, imaginó una cantidad inmensa de gente aguardando escuchar el llanto que indicara que habías llegado a la vida, los vítores que harían, los sonidos de trompetas, aplausos y algarabía. Como sucede en nuestras regiones cuando nace un futuro rey.
Nada de esto ocurrió… Nos topamos con la sencillez de un establo, a una mujer que daba de amamantar a un niño y a un hombre amable que los asistía… Te encontramos a ti…
Ellos eran tu madre y tu padre. Nos recibieron con mucha calidez y nos invitaron a pasar. Al ingresar, observamos que, materialmente, no tenían absolutamente nada allí donde estaban, pero, a la vez, nos cautivó la imagen de verlos al lado tuyo y, sobre todo, nos admiramos de todo lo que transmitía tu estar allí. Nos hacía sentir a todos que no hacía falta nada más. Y nos olvidamos de todo. Aún del cansancio de todo el año de camino que nos llevó estar allí. Los tres quedamos absortos al contemplarte en aquella escena. ¡Hasta pensamos en armar algunas carpas y quedarnos a vivir allí!
Aún hoy nos preguntamos: ¿te hemos encontrado? o ¿fuiste tú mismo el que nos guio?
No lo sabemos, pero queríamos contarte que, a medida que pasa el tiempo desde aquel Encuentro, continúan las resonancias internas en nosotros los que estuvimos allí.
Todos hemos coincidido en que aquella intuición, certeza, que nos arrojó a desandar este largo viaje, fue un regalo del Dios de tu gente. Y también que confiar en que en aquello interno que nos movilizaba, fue, a la vez, otro regalo más del Dios en quién tu madre y tu padre – ellos mismos nos contaron – también pusieron toda la confianza.
Llegamos a la conclusión de que confiar nos llevó ante ti. Nos hizo salir detrás de huellas de otras búsquedas y nos rumbeó hacia lo sencillo y no hacia lo espectacular.
Por último, antes de volvernos a nuestros pagos, quisimos dejarte, unos regalos. Pero en ese gesto que hemos hecho de depositar lo material, en realidad lo que hicimos fue poner ante ti, Dios hecho Niño, todos esos regalos que recibimos: la confianza, la esperanza, la fe, la vida…
Todo lo pusimos allí, cerca de ti, porque sabemos que tu harás milagros y lo multiplicarás todo…
Con gratitud y cariño,
Baltazar, Melchor y Gaspar
Cristian Marín, SJ