«El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que, al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo. El reino de los cielos también es semejante a un mercader que busca perlas finas, y al encontrar una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró. El reino de los cielos también es semejante a una red que se echó en el mar, y recogió peces de toda clase. Cuando se llenó, la sacaron a la playa; y se sentaron y recogieron los peces buenos en canastas, pero echaron fuera los malos. Así será en el fin del mundo; los ángeles saldrán, y sacarán a los malos de entre los justos, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes. ¿Han entendido ustedes todas estas cosas? «Sí,» Le dijeron ellos. Entonces Jesús les dijo: “Por eso todo escriba que se ha convertido en un discípulo del reino de los cielos es semejante al dueño de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas.» (Mt 13, 44-52)
Cuando yo era pequeño, me gustaba sentarme a los pies de mi madre y mirar cómo bordaba. Un día, le dije que no comprendía su costura, llena de hilos de colores que aparecían mezclados de modo desordenado. Entonces me invitó a sentarme en su regazo. Me sorprendió y emocionó ver una hermosa flor en el bordado, Mi madre me dijo: «Hijo mío, desde abajo se vería confuso y desordenado, pero no te dabas cuenta de que había un plan arriba». Muchas veces, a lo largo los años, he mirado al cielo y he dicho: «Padre, ¿qué estás haciendo?». Él responde: «Estoy bordando tu vida. Un día te traeré al cielo, te sentaré sobre mi regazo y verás el plan desde aquí. Entonces comprenderás…».
Aprender sabiduría
Vivimos un tiempo en que sabemos cada vez más de todo. Hay más especialistas en todo y de todo, tanto, que podemos llegar a saber un poco de muchas cosas, pero no con mucha profundidad. Como nunca, creo, tenemos a disposición mucha más información, más «saberes», más datos, que antes. Estamos en una cultura con mayor información disponible, pero con muy poca profundidad en la reflexión. Nuestros juicios y razonamientos son superficiales. Reflexionamos poco y opinamos muy rápido, de todo y «sobre» todo.
Ante esta realidad hay algo que no debemos olvidar: Los saberes, contenidos en los informes, en los datos, en los análisis que hacemos, son casi estrictamente científicos. Son transmisibles y los enseñamos en nuestras escuelas y universidades. Sin embargo, la información no hace a una persona sabia. Nosotros, la humanidad entera, debemos aprender de nuestras experiencias para ser hombres y mujeres sabios. ¿qué hace a un hombre sabio?
Tony de Mello, explica muy bien qué es la sabiduría en un breve cuento. Dice así: «Un gobernador en la India, renunció a su status, cargos y posesiones, y fue a un monasterio motivado para aprender sabiduría. Fue admitido en el monasterio y solicitó enseguida entrevistarse con el maestro. «¿A qué vienes?» le preguntó el maestro. «A que me enseñes sabiduría.» El maestro, después de un silencio, respondió escuetamente: «la sabiduría no puede enseñarse.» Decepcionado y frustrado el exgobernador se apartaba del monasterio, cuando el maestro le llamó matizando: «le he dicho que no puede enseñarse, pero no que no pueda aprenderse».
«Sabiduría -dice José Antonio García-Monge- es lucidez y fuerza para vivir la realidad; ser uno mismo, saberse relacionar, comprender y, sobre todo, comprenderse en lo más hondo de una manera auténtica y profunda. Una fuente muy importante de la sabiduría es la propia experiencia: si sabemos escucharla, si incluso aprendemos de nuestros propios errores, la experiencia será una luminosa fuente de sabiduría. La sabiduría nos ilumina, despertándonos a un cambio coherente a nuestro itinerario vital, pero implica una conversión hacia el SER. La sabiduría es luz para aprender a ver y contemplar. En definitiva, para aprender a vivir.»
¿Cómo surge entonces la sabiduría en nosotros si no puede enseñarse? ¿Cómo hacer para que surja la sabiduría, para «a-prenderla»?
Mayormente, «a estas alturas de nuestra vida», tenemos en nuestro haber tantos logros como fracasos, tantos aciertos como errores y tantas metas alcanzadas como caminos abandonados. De todo esto ¿cuánto hemos reflexionado sobre nuestros logros y cuánto de nuestros fracasos? ¿cuánto sobre nuestros aciertos y cuánto sobre nuestros errores?
Aprender a vivir
La realidad que nos toca vivir es compleja, y se acentúa, a veces, cuando se combina con nuestra propia historia o experiencia vital que lo hace, aún, más difícil.
Vivir cristianamente significa peregrinar con todo lo que somos, abriendo espacios en nuestra vida para conciliar la humanidad débil y la gracia de Dios siempre existentes. Sólo si dejamos de esperar que todas las condiciones estén dadas, empezaremos a caminar, o de lo contrario, quedaremos resignados aguardando a que «baje algún ángel» para cambiar nuestra vida. Debemos aprender a vivir con todo lo que hay en nosotros, con sus heridas y fracasos. No afecta tanto si tu vida ha sido dura como la piedra, fría como el mármol o frágil como el barro, importa lo que decidas hacer con ello.
Estimar la propia vida significa confiar en que Dios volverá a realizar su encarnación en mí, aquella conjunción de los extremos opuestos en una sola persona. Debemos liberarnos de las ilusiones engañosas que nosotros mismos nos forjamos sobre cómo «deberías ser la vida». El propio valor viene por medio del reconocimiento de nuestra dignidad de ser forjado a imagen del Hijo amado de Dios. Es un mandamiento de Jesús, amar al prójimo como uno mismo y ello significa reconciliarnos con la propia historia de vida.
Aprender a desaprender
El cambio o la madurez, en la dimensión que se realice, no consiste solamente en adquirir nuevos conocimientos, información o ideas, sino en la sustitución del modelo de aprendizaje hecho desde experiencias, cognitivas, afectivas o vitales, ahora ya inservibles, a dimensiones personales ajustadas a la nueva, y más adecuada percepción de la realidad. Necesitamos, como recomendó Jesús a Nicodemo, nacer de lo alto «Te aseguro que, si uno no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.» (Jn 3, 5-7) Todos nacen de padres humanos; pero los hijos de Dios sólo nacen del Espíritu.
Esta dinámica del cambio en el aprendizaje, origina conflictos entre lo antiguo y lo nuevo, lo de «siempre» y lo actual. Este conflicto no lo genera solamente la moda, (sería banal, frívolo y hasta desechable), sino la adaptación, la eficacia, la supervivencia, la liberación y la justicia con la realidad.
Es necesario aprender a desaprender, si queremos adaptarnos, evolucionar, crecer y abrirnos adecuadamente a la realidad. Hay verdades provisionales útiles para un tramo de nuestra vida, verdades enlatadas (se nos olvida mirar la fecha de caducidad), y para preservar el dinamismo de la verdad, tenemos que aprender a decir adiós si queremos seguir siendo profundamente fieles a la realidad en todas sus dimensiones. Decir adiós equivale a despedirnos, a desaprender. En otras palabras, a desapegarnos del modelo de conocimiento que teníamos, que eran nuestros propios pensamientos, para acoger la voz y la Palabra de Dios que nos revela un enfoque distinto de nuestra vida que no habíamos considerado anteriormente.
Esta actitud abierta es costosa y no debe llevarnos nunca a una relativización universal. Antes aprendíamos para toda la vida, ahora vivimos para aprender, mientras lo aprendido nos da vida. Esto no significa caer en un superficial pragmatismo: es verdad lo que sirve; sino lo que hace justicia a la vocación de lo humano.
Hay personas que guardan todo; les cuesta enormemente desprenderse de algo que no van a usar jamás. Otras se desprenden rápidamente de casi todo: usar y tirar. Lo que quiero señalar es que esto mismo ocurre con nuestros aprendizajes: ideas, conductas, emociones, informaciones, interpretaciones, etc. Y es frecuentemente inmaduro, dar por inservible algo porque lo deciden la moda o la prisa. Lo importante es conocer, evaluar, distinguir y discernir lo que ya no es válido y dejar sitio para el fluir de la vida responsablemente vivida. (Extractos de José Antonio García-Monge)
P. Javier Rojas, SJ
Rector del Santuario