La madurez de una persona se mide por su responsabilidad. El signo claro de que alguien es maduro para algo es su capacidad para asumir con responsabilidad lo que se le encarga o confía. Nosotros debemos hacernos cargo de nuestra vida y asumir las consecuencias de nuestras decisiones. No debemos jugar a ser adultos, sino ser consciente del alcance y límite que tienen nuestros actos. Dios no es el niñero que arregla los desastres que hacemos, ni el hada madrina que por acto de magia resuelve las tormentas que armamos. Él espera que nos hagamos cargo de nuestra propia vida y seamos responsables de nuestras acciones. Su ayuda y compañía jamás nos faltará, pero no podemos pretender que Él arregle los problemas que nuestra libertad ocasiona. Dios es Padre y nos enseña a ser responsable del don de la vida que hemos recibido.
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