No es fácil creer que exista la solución a un problema cuando nosotros nos parece haber explorado todas las posibilidades. Nos volvemos incrédulos, escépticos y desconfiados ante otra posible solución, cuando no hemos encontrado una para nosotros. Cuando nos encerramos tanto en nuestros problemas, que no admitimos soluciones que vengan de afuera, nos aferramos y desesperamos ante las dificultades porque creemos que las únicas opciones que existían se terminaron. Pero olvidamos algo muy importante: entregar a Dios lo que vivimos. No es una receta mágica ni una manera de conseguir lo que queremos, pero sí un descanso al espíritu. Dale entrada a Dios a tu vida entregando todo lo que te aflige y entristece.
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