Tal vez deberíamos hacer un listado de las cosas que nos irritan o enojan y de aquello que no nos dejan ser sencillos y humildes de corazón. A veces creemos que la vida espiritual es una carrera por alcanzar algún mérito delante de Dios y de los hombres. Creemos que ser santo es diferenciarnos de los demás por alguna cualidad extraordinaria que podemos tener o lograr. Esto es un error y está muy arraigada en algunas «espiritualidades» egocéntricas que buscan el reconocimiento de Dios y de los hombres. El evangelio dice otra cosa. La vida espiritual comienza cuando empezamos a despojarnos, vaciarnos, desapegarnos de todo aquello que no pertenece a nuestra esencia. La vida espiritual no es «adquirir algo» sino dejar aflorar lo más genuino y auténtico de nosotros: el amor. Por amor y para amar, hemos sido creados. Eso es lo que nos hace santos, amar como Dios nos ha mandado a hacerlo.
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