El vacío de la abundancia
Compartir es la actitud más genuinamente evangélica. En ese gesto de dar parte de lo que tengo al otro, la propia vida se enriquece. Aquel día esos escasos panes y peces fueron multiplicados luego de la bendición y de la entrega. Cuando compartimos de lo que tenemos y no de lo que nos sobra ocurre un milagro. No sólo no se empobrece quien da de lo tiene sino que además se multiplica lo mismo que ofrece. Nuestras vidas están muy vacías porque acaparamos y retenemos todo lo que podemos, por miedo a la escasez o el vacío. El vacío que muchas personas experimentan hoy se debe a están tan llenos de todo y carente de lo esencial. Viven atragantados de cosas y vacíos de relaciones y vínculos genuinos y nutricio. Quién tiene todo lo que siempre soñó pero no tiene con quién compartirlo padece de un vacío peor: el vacío que trae la abundancia.