Juan 20, 19
Ala de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz esté con ustedes».
TENER CONFIANZA EN UNO MISMO
En muchos lugares del evangelio encontramos que Jesús dice «no teman», «no tengan miedo» o «no se preocupen». ¿Por qué esta insistencia a no tener miedo? ¿Se puede realmente no sentir miedo? ¿Son acaso nuestros miedos “irracionales” o “sin sentido?
Así como la alegría nos expresa que hemos alcanzado o logrado algo, por ejemplo, afectos de los demás, metas, objetivos; la tristeza también nos informa de situaciones, por ejemplo, de pérdidas, rupturas, extravíos, o el miedo, que nos alerta de que estamos a punto de abandonar nuestra zona de seguridad, o que nuestro futuro se ve muy incierto.
Las emociones nos informan acerca de cómo está nuestra vida, en el presente, y cómo la percibimos también el futuro. Ellas nos hacen tomar conciencia de nuestro estado de satisfacción o frustración.
El miedo es una emoción muy fuerte. Tiene la fuerza para movernos ante un potencial peligro de muerte o la capacidad para hacer surgir de nosotros una fuerza increíble cuando tenemos que luchar. Pero también tiene una capacidad enorme de paralizarnos.
Cuando surge el miedo se activa el sistema nervioso simpático y la persona siente una subida de adrenalina que nos pone alerta y nos hace focalizar la atención en lo que nos genera temor.
Generalmente, este tipo de miedo (si podemos llamarlo así) es una respuesta transitoria que se acaba cuando salimos o escapamos de la situación de peligro.
Todo miedo tiene su relación con la pérdida, el fracaso, el ridículo, en definitiva, con la muerte. Perderse, extraviarse, equivocarse en la vida nos da temor. En definitiva, el miedo, al igual que la tristeza, nos informa que tal vez “estemos en problemas”; que hemos perdido nuestra seguridad y sentimos la necesidad de protegernos.
Jesús, no se opone a nuestro miedo. Sería ridículo pensar que Él pide que lo eliminemos de nosotros, ya que es una emoción básica de supervivencia. Ahora bien, cuando el miedo es desmedido no sólo nos paraliza quitándonos las fuerzas, sino que también nos «embota» impidiéndonos pensar. Jesús, lo que cuestiona, es dónde ponemos nuestras «seguridades».
Por ejemplo. Tenemos miedo a ser criticados y perder ser considerados como personas razonables y asertivas. Tenemos miedo a que se rían de nosotros y perder la imagen que nos esforzamos por construir. Tenemos miedo a ser pobres y perder la seguridad que nos da el dinero. Tenemos miedo de confiar en los talentos, miedo a la profundidad del ser, miedo a los proyectos nuevos, miedo al futuro, miedo al amor, miedo a la muerte, al sufrimiento, en definitiva, a confiar en Dios y perder el control sobre nuestra vida.
Jesús, cuando nos aconseja no preocuparnos por lo que vamos a comer, o por lo que vamos a vestir (Cf. Mt, 6, 25), por el día de mañana (Cf. Mt 6, 34), por lo que dirán (Cf. Mt 10, 19), por sus posesiones (Cf. Mt 6, 19), pone de relieve aquello en lo que tenemos puesta nuestra confianza. Ante la situación de miedo e inseguridad nos dice «¡Tengan ánimo!, soy Yo» (Cf. Mt 14, 27), o «¡Levántense! No teman» (Cf. Mt 17, 7).
Cuando Jesús se apareció en medio de los discípulos que estaban encerrados por miedo a los judíos les dijo: «La paz esté con ustedes». Su presencia salvadora nos da paz y seguridad.
Hay acontecimientos en nuestra vida que necesitan tiempo y distancia para que los podamos comprender en profundidad. Cuando atravesamos por algunos de esos momentos, y tenemos miedo, deberíamos pensar sobre la «seguridad» que está siendo «hackeada».
El cuestionamiento de Jesús, no es otra cosa que enfrentar el miedo que no nos deja vivir con la conciencia de Su presencia providente en medio nuestro. Dios está con nosotros, es la roca firme donde encontramos verdadero apoyo.
NO SE INQUIETEN
En el escenario de la vida a veces somos actores y otras, espectadores. No siempre tendremos el papel principal, pero tampoco estamos condenados a ser actores de reparto o «extras», en el rodaje de la propia existencia.
Ante el futuro que tenemos por delante es normal tener dudas o miedos. La incertidumbre del futuro toca nuestras seguridades interiores y nos hacen retroceder. Y aunque sentimos que el futuro nos invita a ser parte de la «aventura de vivir», algo en nuestro interior nos detiene y nos impide avanzar. Te preguntaste alguna vez «¿qué sería de mi si hubiera seguido aquel camino que dejé de lado?».
¿Qué cosas te inquietan del futuro? Esta no es una pregunta fácil de contestar, sobre todo cuando sabemos que el miedo, es un sentimiento con una fuerza inmensa capaz de paralizar nuestras reacciones y obnubilar completamente nuestra capacidad reflexiva. El miedo, que en ocasiones se puede manifestar de manera silenciosa y a la vez devastadora, nos conduce con frecuencia a la ansiedad y aún más lejos, a la depresión.
Por otro lado, el miedo es una señal que indica la desproporción que existe entre lo que a veces vemos como amenaza o desafío, al que nos enfrentamos, y los recursos con los que tenemos para resolverlos.
Estos componentes del miedo, como la incapacidad para reaccionar y resolver las situaciones que nos superan, nos atemorizan de tal manera que cuando los percibimos nos angustian notablemente. Cuando estamos consumidos por el miedo, nuestro juicio se distorsiona: nos congelamos en la duda y somos incapaces de tomar la más simple decisión.
Lo que nos inquieta y atemoriza nos hace perder la confianza en nuestros recursos internos, para resolver los inconvenientes que se presentan. Tememos que las situaciones nos superen y que no tengamos la claridad para resolverlas. Por eso sentimos miedo. Jesús que conoce el corazón del ser humano nos da las dos mismas recomendaciones y promesas que hizo a sus discípulos. Primero, que seamos fieles a su Palabra, en ella encontraremos confianza y paz. Segundo, que no nos inquietemos si las cosas no resultan como deseamos. La paz que Él nos da no es la que viene de nuestras seguridades, sino de la confianza puesta en Dios. Debemos hacer todo como si dependiera de nosotros, sabiendo que todo viene de Dios.
Con estas palabras, vuelve a levantarles el ánimo a sus discípulos y fortalecerles la confianza. Pero también les hace dos promesas. La primera es que Él les enviará el Espíritu Santo «que le enseñará y les recordará todo». No tienen nada que temer porque el Espíritu de Dios les comunicará a su debido tiempo lo que tengan que hacer. La sabiduría que proviene de Dios, los asistirá en todo momento y les dará a conocer lo que es justo y verdadero. La segunda promesa es que «volverá». Su ausencia no es abandono. No estamos solos.
Este proceso espiritual que viven los discípulos es el que tenemos que hacer nosotros también. Pasar de nuestros temores a la paz, de la angustia a la confianza en Dios, y del sentimiento de soledad a la seguridad de su Presencia.
Si queremos vivir un futuro con esperanza y sentido, debemos tener libre el corazón de las fuerzas opresivas de la ansiedad y la tristeza. La desesperación embota el corazón y debilita el espíritu. La clave es desanudar pacientemente esas dudas que nos atan. Es esencial afianzar la certeza de la presencia de Dios, porque ella nos da la confianza suficiente para hacer frente a cualquier inconveniente.
Javier Rojas, sj
El camino del milagro