Sobre lo que nos divide hacemos grandes discursos, pero de lo que nos une hacemos silencio.
Hay quienes creen que actualmente no sabemos hacer silencio. En realidad, sí sabemos hacer silencio porque callamos ante muchas situaciones en las que tendríamos que decir alguna palabra. Lo que no sabemos es escuchar. La verdad es que nos cuesta escucharnos a nosotros mismos y por eso es muy difícil escuchar a los demás. Nos hemos acostumbrado a movernos por impulso y a relacionarnos con prejuicios. Si nos cuesta enormemente escuchar, por ejemplo, el cansancio del cuerpo cuanto más nos puede resultar prestar oído a las mociones interiores del Espíritu en nuestro interior y las necesidades que tiene los demás. Para aprender a escuchar hacen falta al menos tres actitudes.
Primero generosidad. En la vida tenemos que ser generosos para escuchar si queremos aprender. Prestar oído para recibir los consejos de los demás y para conocer las historias de vida tan llenas de experiencias que nos enriquecen como personas. También es necesario una actitud de discernimiento. Es sumamente importante tener presente el consejo de san Pablo cuando hablamos con los demás. El apóstol dice «examinen todo y quédense con lo bueno» (1Tes 5, 21). Hay una tendencia muy común en las conversaciones con los demás y es la de quedarnos con lo malo, con lo sospechoso, con lo “extraño”, con los mensajes incompletos, con los chismes, como si fueran lo más importante. Es necesario agudizar el oído para discernir con qué nos vamos a quedar en el corazón. Recuerda que aquello que recibas en tu interior determinarán tus pensamientos, tus sentimientos y tu manera de actuar. Y el tercer elemento fundamental para escuchar a los demás es estar abierto al cuestionamiento. Se requiere de humildad para recibir el punto de vista o perspectiva del otro, sobre todo cuando creemos estar seguro de que la nuestra es la única que existe. El parecer de los demás nos incomoda, a veces, porque cuestiona nuestra visión sobre la vida, y nuestros modos de proceder.
Necesitamos recuperar el diálogo y la conversación como un instrumento para la paz y la concordia. Debemos dejar de lado los prejuicios, dejar de construir historias y fábulas en nuestra mente, para escuchar, sintonizar, empatizar con los sentimientos y emociones que la otra persona está intentando poner en palabras. Hablamos tanto para no decir nada y hacemos silencio cuando hay tanto por comunicar y anunciar. Sobre lo que nos divide hacemos grandes discursos, pero de lo que nos une hacemos silencio.