El error que cometemos frecuentemente es identificarnos con lo que pensamos, con lo que sentimos, con lo que hacemos, o lo que es peor, con lo que tenemos.
Responder a la pregunta «¿quién soy?» es clave para el conocimiento de uno mismo. Es una pregunta que ayuda a la maduración personal, tanto psicológica como espiritual. Pero sobre todo es importante porque nos ayuda crecer en la relación con uno mismo, con los demás, con el entorno y, por supuesto, con Dios. A partir de la conciencia de «¿quién soy?», es como conquistamos realmente nuestra libertad en todos los órdenes de nuestra vida, y como aprendemos a tomar mejores decisiones ante los acontecimientos que nos toca vivir.
Cuando nos formulamos esta pregunta con sinceridad, es posible que sintamos un vértigo profundo, un vacío abismal y un silencio interior que puede llegar, incluso, a aterrorizarnos. Es algo parecido a cuando miramos atentamente a una persona que está decidida a saltar al agua desde una gran altura y zambullirse en ella, o a estar parado al borde de un puente dispuesto a saltar al vacío sujetado solo por unas cuerdas sujetas a los tobillos. Responder a la pregunta «¿quién soy?» es encaminarse a encontrar la propia verdad. Hay personas que piensan que no vale la pena preguntarse estas cosas porque es perder el tiempo. Otros opinan que ahondar en uno mismo es como girar en torno al ego, al igual que el perro que da vueltas y vueltas pretendiendo atrapar su cola sin lograr ningún resultado. Personalmente, creo que no es así. Por el contrario, creo que responder a esta pregunta es precisamente desterrar al ego de la autoridad que se ha erigido en el gobierno de nuestra vida.
Al profundizar en nosotros mismos logramos comenzar a descubrir las trampas y mentiras del ego, y de esa manera dejar de girar en torno a sus ideas, a sus sueños y a sus proyectos. La verdad de quienes somos no está en la superficialidad de nuestros pensamientos, nuestros sueños, nuestros proyectos, por más buenos y “santos” que sean, sino en la hondura de nuestro espíritu, allí donde nos encontramos con lo que verdaderamente somos. Es justamente en el vacío y el silencio interior, y donde no hay alguien que admire lo que hacemos, que nos felicite por los logros, que valore por los éxitos que alcanzamos, como llegamos a la verdad de lo que somos, y en eso consiste la libertad interior. El error que cometemos frecuentemente es identificarnos con lo que pensamos, con lo que sentimos, con lo que hacemos, o lo que es peor, con lo que tenemos. No somos los que pensamos, no somos lo que sentimos, no somos lo que hacemos, no somos lo que tenemos, todo eso es pasajero, se acaba, se termina o muere.
En muchos casos causa terror descubrir las mentiras que el ego ha construido sobre nuestra identidad. La meditación es una manera de ahondar en nuestro espacio interior, y mediante el vacío de nuestros deseos y anhelos, y el silencio de nuestros pensamientos, sueños y proyectos, nos encontramos con la verdad que somos. Nadie que no sea la voz interior que clama en lo más profundo de nuestro ser, podrá revelarnos quiénes somos en verdad. No es posible estar seguro de quiénes somos ante los demás si antes no lo descubrimos en la soledad, el vacío y el silencio de la meditación. Solo allí, en lo profundo de nuestro ser encontraremos la verdad de quienes somos. En la oración, donde nos vaciamos de todo lo prescindible, se manifiesta lo esencial. Todos los demás intentos por definirnos a partir de lo que tenemos o poseemos será y una triste caricatura de lo que no somos en verdad.