«El pesebre es un lugar para quedarse, un espacio para estar y descansar junto al recién nacido»
Actualmente, nos encontramos en una sociedad que -en todos los ámbitos de la vida- parece apreciar más el consumo que el disfrute. Tenemos las agendas cada vez más llenas de compromisos y con frecuencia decimos «no tengo tiempo» para estar tranquilos. En la actualidad premiamos y exaltamos la inteligencia pero estamos olvidando el valor incuestionable de la sabiduría. Nos movemos de un lugar a otro tan rápido que luego no podemos recordar lo que hicimos en el día, ni con quienes estuvimos. ¡Ni siquiera le damos tiempo a la memoria para que registre lo que vivimos!
El ritmo de vida que llevamos nos está quitando, a la gran mayoría, la posibilidad de disfrutar lo que hacemos; nos encontramos cansados y agotados y no sabemos lo que es estar relajados, quietos y en silencio. Y, sobre todo, estamos perdiendo la capacidad de saborear la vida, de ser conscientes de lo que tenemos a nuestro alrededor y de quienes nos rodean. Hacemos muchas más cosas que antes, vamos a muchos más lugares y estamos conectados con muchas más personas, pero ¿Disfrutamos lo que hacemos? ¿Contemplamos los lugares a los que vamos? ¿Estamos presentes con las personas con las que nos encontramos? En definitiva, ¿Estamos gustando, saboreando lo que estamos viviendo?
Tengo la impresión de que el ritmo de vida que llevamos está comenzando a mostrar su cara oculta porque la vida se siente desabrida, vacía y ya no gusta. A nuestra vida le falta sabor, no le sentimos el gusto. Precisamente el término «sabiduría» deriva de la palabra «sabor» y no de saber. Nosotros estamos llamados a «gustar» de la vida, a saborearla, a profundizar en ella para disfrutar de este regalo que es vivir. El modelo consumista de vivir se metió también en nuestras comunidades, se metió en la Iglesia. Hoy hay más personas consumiendo todo tipo de experiencias espirituales y llenando sus curriculum vitae con retiros, convivencias, peregrinaciones, conferencias, rosarios, misas, misiones, sin disfrutar y profundizar en ellos. Saben más cosas pero no son más sabios, consumen más pero disfrutan poco, tienen más experiencias pero no asimilan lo que viven. Seguimos viviendo como si nunca hubiéramos oído hablar de Jesús.
Inmersos en el consumo, hemos perdido la capacidad de saborear y disfrutar. El nacimiento de Jesús no es un “evento” más del año al que corremos para estar un momento y luego salir corriendo al próximo. La navidad no es el tiempo para consumir sino para despojarse. Es el tiempo para dejar todo lo que no nos deja vivir en paz para recibir la Paz del Cielo. Es el tiempo del año en que dejamos de lado todo lo superficial para volvernos a centrar en lo esencial; la familia, los amigos, las relaciones y vínculos que nos hacen crecer y madurar como personas.
El pesebre es un lugar para quedarse, un espacio para estar y descansar junto al recién nacido. No conviertas el pesebre en un lugar de paso. Prepárate interiormente para saborear su presencia entre nosotros. «¡Miren! ¡La virgen concebirá un niño! Dará a luz un hijo y lo llamará Emanuel (que significa “Dios está con nosotros”). (Is 7, 14)
Necesitamos disponernos interiormente al encuentro personal con Jesús en la quietud y el silencio del pesebre. Jesús trae la paz, ¿Quieres recibir paz en tu corazón?