La Identidad, inserción y presencia actual de la Compañía de Jesús en el mundo está estrechamente vinculada con la persona de su fundador Ignacio de Loyola (1491-1556) y los dinamismos que su espiritualidad inyectó en la inquietud misionera y humanizadora de la Iglesia católica a partir del siglo XVI.
Ignacio fue el menor de una familia de 13 hermanos. Su nacimiento en el Caserío de Loyola (Guipúzcoa – España) fue recibido con alegría, aunque sus padres, Ibáñez de Oñaz y Marina Sánchez de Licona, no lo esperasen. Llegó a este mundo casi al mismo tiempo que Cristóbal Colón descubriera América y que el Papa Borja se estableciese en la sede de Pedro. Poco años antes había nacido Martín Lutero (1483). Ignacio sería contemporáneo de personajes tan significativos como Calvino, Rabelais, Erasmo, Maquiavelo, Luis Vives y Tomás Moro.
En su primera juventud viajó a Arévalo (provincia de Avila) para ponerse al servicio de Juan Velazquez de Cuellar, tesorero general de Castilla en el reino de Carlos V. Años más tarde serviría al duque de Nájera, Virrey de Navarra y fue en la ciudad de Pamplona, sitiada por los ejércitos de Francisco I de Francia, donde una bala de cañón le fracturó la pierna derecha (20-V-1521). Durante su larga y ruda convalecencia en el caserío de Loyola, Ignacio, soñador de gestas caballerescas, falto de otras lecturas, leyó la Vida de Cristo y la Vida de los santos. Y fue entonces cuando, convertido, dejó de soñar en aventuras y damas caballerescas y comenzó a soñar en «la mayor gloria de Dios».